lunes, 1 de septiembre de 2008

Adrián Pérez Castillo

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Aquel octubre


Entonces, trajo octubre las primeras
sílabas del poema, los acordes
del viento que arrastraban la penumbra
de cada noche herida por el llanto
de las hojas sin brillo.
Sangraba el sentimiento con las huellas
de las canciones concluidas,
con el silencio hirsuto del camino
que se desvanecía ante los ojos;
era densa la niebla
como el dolor en las entrañas.
Fue trazando la tinta un surco
donde los versos desnudaban
la amargura, la pena con que el hombre
sentía aquel otoño, aquel octubre
con fragmentos de hollín en las palabras.
Entonces, fue brotando el sentimiento,
con el dolor de un corazón desnudo.






Tengo el recuerdo



Sólo tengo el recuerdo, mientras sigo
mi camino amarrando las espinas
que me dejaron los abrojos secos ,
moribundos, sangrientos como rosas
que perforan el alma con su tallo,
con sus bermejos pétalos que abrazan
el frío de una lápida de mármol.
Sólo tengo el recuerdo de unos ojos,
de unos labios risueños que dejaron
su ternura plasmada en mi vida,
en cada atardecer que recorrimos
contemplando el crepúsculo, los montes,
los trigales dorados, los almendros
que cubrían la tierra con sus flores
de nata, ahí dejamos nuestros besos
sembrados en los valles de amapolas ,
en las sendas holladas de los pinos
junto a los centenarios olivares.
Sólo tengo el silencio de los días
añorando tu aroma de cereza
sobre la triste huerta que cultivo,
rodeada de chopos y cipreses,
nogales, avellanos y azufaifos.
Esta tarde se escucha la armonía
del ruiseñor trinando y la chicharra,
cuando emprenden el vuelo los vencejos
al llegar la angostura de la tarde
por la orilla del río, y el desierto
de mis ojos profundos , por la pena
que deja la arvejana sin semilla
con su vaina vacía , acurrucada....
Ya se escuchan los grillos , y contemplo
un lucero entre lágrimas sonoras
recordando tu ausencia, tu mirada,
el trébol florecido de tu pelo
mientras sufro mi angustia en soledad
al recordarte, como cada noche.






Las cañadas



Conservan en silencio las cañadas
el sabor de los días trashumantes,
la nostalgia ceñida a los caminos
que se impregnan de polvo y barro;
mientras , cruza el pastor con sus albarcas
por la escarcha herrumbrosa del recuerdo.
Penetran como besos, las estrellas
que se desprenden hacia el horizonte
de los días lejanos,
hacia la soledad de las umbrías
donde el rocío deja con sus lágrimas
la perenne amargura de la ausencia
que se dilata lejos del hogar.
Un tejado de encinas
arropa los ladridos del mastín,
cuando el pastor, sostiene entre las manos
la luz celeste de los ojos
que contempla en el gélido retrato.
Remueve en sus alforjas los fragmentos
del corazón que se diluye
con las gotas de lluvia, con el sol
que acaricia al rebaño en la dehesa.
Pronuncia el nombre del amor que aguarda
mientras rompe una música de esquilas
el silencio del valle.
Recorre las cañadas que conservan
en silencio, el recuerdo y la nostalgia
de tantos trashumantes que retornan,
cubiertos de esperanza
con los primeros días del verano.






Es preciso seguir



¿Es preciso seguir en este infierno
contemplando la sangre en el cuchillo,
soportando los golpes del martillo
que acogen el hollín de un crudo invierno?
Brota la ira del ritual eterno
con cada mueca extraña, con el brillo
que aporta una mirada en el castillo
donde se quiebra tanto amor fraterno.
No quiero contemplar este futuro
que llega con horror, y donde habita
tanta injusticia, tanta soledad.
Salgamos del entierro prematuro,
hacia las calles donde el hombre grita
esta hermosa palabra: ¡Libertad!







Una sombra



Se desliza una sombra por el sexo rasgado
donde llueve amargura, donde el frío silencia
los músculos mollares, y un agrio aliento surge
desde el himen baldío que se entrega en las sábanas.
En las vértebras arde la derrota
del semen fracasado, que discurre
con un temblor de cóncavos augurios
sobre el lienzo de sangre coagulada.
Son comida de moscas los párpados sin luz
que ocultan sus mentiras , como el tesoro frágil
en los brazos de un náufrago , que no alcanza las rocas
y recibe el aliento del abismo en su pena.
El rumor de los pájaros retumba
sobre el terrazo, sobre las cortinas
que perfora una música de réquiem,
mientras tiemblan las bocas que he besado.
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